En el mundo de las ilusiones, las elecciones presidenciales, las de diputados y demás autoridades hondureñas, han sido vistas por algunos sectores como la solución a todos los problemas nacionales. Más de alguna voz dirá (con franca ironía de nuestra parte) que incluso sirve como remedio contra el coronavirus y, que para esa ocasión será mejor poner suficiente dinero en la democracia que a cualquier mal que nos azote. De paso las verdaderas reformas que se requieren y quienes las impiden, tendrán la excusa de este virus para que sean postergadas en algún momento de la eternidad. En palabras del momento, lo que queremos decir es que las verdaderas reformas electorales que se necesitan serán puestas o continuarán en estado de ¨confinamiento¨.
No obstante lo anterior, no deja de ser cierto que la falta de planificación presupuestaria en las últimas elecciones (por no decir todas) fue una constante del comportamiento político en Honduras, derivando una insuficiente asignación de fondos en los presupuestos aprobados a las instituciones encargadas directa e indirectamente en el proceso, lo que al final representó una atenuante de las elecciones, contribuyendo a la opacidad y alimentando la percepción de que la democracia del país no sólo es titubeante, sino que ha entrado a un período de agotamiento, facilitando nuevamente el resurgimiento del poder militar sobre el civil, con recursos financieros crecientes y protegidos por la denominada popularmente ¨ley de los secretos¨.